«Tal vez ustedes no lo sepan, pero todas somos pornolectoras. Todas las lectoras lo somos, sin excepción, incluidas las solteronas y las monjas. Cuando una niña de cualquier lugar del mundo tiene en las manos su primer libro, se convierte de inmediato en pornolectora, lo quiera o no. Probablemente lo ignorará toda la vida; sin embargo, nadie le devolverá la inocencia.»
Este libro libera a las lectoras del yugo impuesto tras siglos en posiciones subalternas: la lectura se convierte, en él, en una liberación que nace del deseo, se manifiesta en el sexo y atraviesa el cuerpo de la literatura y el cuerpo de las mujeres.
La lectura inaugura así el aprendizaje hacia una conciencia plena y madura; si, para Rousseau, ninguna muchacha casta debía leer novelas, Francesca Serra lo lleva más lejos, declarando a voz en grito que todas las jóvenes, antes de gozar del amor, deberían ser grandes lectoras. ¿Qué suerte habría corrido Emma Bovary si hubiera seguido su consejo?