La contemplación de una montaña cuyas nevadas cimas se yerguen sobre las nubes, la descripción de una violenta tempestad o la representación pictórica del infierno por Milton, agradan, al tiempo que producen terror; en cambio, la visión de campiñas floridas, valles con arroyos serpenteantes, cubiertos de rebaños pastando; la descripción del Elíseo o la pintura del cinturón de Venus en Homero, proporcionan asimismo una sensación agradable, aunque más alegre y risueña. Para que aquella impresión arraigue en nosotros con la adecuada intensidad, hemos de tener un sentimiento de lo sublime; para disfrutar convenientemente de la segunda, es preciso poseer el sentimiento de lo bello. Nos encontramos ante un texto fundamental del filósofo Immanuel Kant, en el que nos ofrece, con una prosa clara y concisa, y de un modo didáctico y clarificador, una aguda reflexión sobre la sublimación intelectual, la trascendencia y lo sencillamente bello. Un ensayo de gran calado metafísico, pero que esgrime en cada una de sus páginas una rotunda contundencia y una hermosa simplicidad estética. Nos hallamos, probablemente, ante la