Las mujeres españolas son las europeas que menos hijos tienen, muy lejos de la tasa de reemplazo con la que supuestamente se apuntalará el sistema de pensiones, amenazado por la precariedad laboral y la baja natalidad. Además, son madres tardías: la media para el primer hijo ya se sitúa alrededor de los 32 años y muchas mayores de 35 todavía no los tienen. Mientras, y pese a todas las advertencias, amenazas y barreras a la libre elección, la fecundidad sigue estancada.
Muchas mujeres en edad fértil nunca tendrán hijos, otras llegarán al límite biológico y entregarán su cuerpo a la ciencia en aras del nuevo negocio del siglo: la reproducción asistida. Frente a ese fenómeno, y en el lado opuesto, ha surgido un modelo de maternidad militante, más exigente que nunca, que abraza los postulados del naturalismo y anima a las nuevas madres a regresar a sus casas bajo la gracia del amor maternal.
Ya sea lanzándose a la maternidad o huyendo de ella, a medida que los años pasan y el tic tac del reloj biológico acecha, las mujeres, por más que lo intenten, no logran escapar de su condición. La maternidad lo empaña todo a partir de los 30. Lo hizo para Diana López Varela, a la que un día le ocurrió lo que desde niña había creído que, llegado aquel momento de su vida, estaría deseando que pasara: se quedó embarazada. Y de repente se dio cuenta de que no quería tener un hijo. No así. No entonces. Lloró mucho. Se sintió culpable. Buscó culpables. Y se puso a escribir este libro.